
Una lectura política desde Hamlet para entender nuestro presente.
“Algo huele mal en Dinamarca”, decía Marcellus al inicio de Hamlet, una de las obras más complejas y oscuras de William Shakespeare. Esa frase, que encierra una sospecha moral y política, bien podría pronunciarse hoy en cualquier esquina argentina, donde el clima institucional, económico y social está atravesado por la incertidumbre, la confrontación constante y las tensiones internas, incluso entre los propios actores del poder.
Como el joven príncipe Hamlet, el presidente Javier Milei heredó un reino —en este caso, una nación— corroído por la corrupción, la desconfianza y la desesperanza. Y, como Hamlet, decidió que no podía seguir actuando como si nada pasara. Desde el primer momento, su discurso fue de ruptura total, de demolición del pasado, de guerra sin cuartel contra lo que llama “la casta”. Y sin dudas, logró instalar un nuevo estilo político, una nueva narrativa que lo ubica como un personaje trágico y mesiánico a la vez, rodeado de enemigos reales e imaginarios.
En lo económico, el Gobierno muestra su mayor carta de triunfo: la inflación ha bajado, los precios dejaron de escalar al ritmo vertiginoso de meses anteriores y el superávit fiscal primario —algo inédito en la Argentina reciente— se exhibe como símbolo de orden. Sin embargo, bajo esa superficie, el drama continúa: el país sigue siendo uno de los más caros del mundo en dólares, los salarios reales se desplomaron, las reservas no logran acumularse y la actividad económica atraviesa una fuerte recesión. Los indicadores mejoran en un Excel, pero el supermercado, el alquiler y el transporte cuentan otra historia. Como en Hamlet, donde lo que parece no siempre es lo que es, la percepción popular del éxito económico es mucho más ambigua que el relato oficial.
A eso se suma un estilo de liderazgo que, lejos de construir puentes, dinamita los que encuentra. Milei se enfrenta no solo a los opositores, sino también a los periodistas, a los sindicalistas, a los gobernadores, a artistas, intelectuales y hasta a la comunidad científica. Los ataques constantes a quienes no piensan como él remiten al príncipe danés gritándole a todos en la corte, desconfiando incluso de sus amigos más cercanos. La figura del Presidente se va encerrando en una lógica paranoica: solo se puede confiar en los elegidos, en el círculo íntimo, en su hermana Karina, a quien llama “El Jefe”, y en operadores como Santiago Caputo o Lule Menem. Sin embargo, hasta ese entorno empieza a mostrar grietas.
La reciente tensión con la vicepresidenta Victoria Villarruel —quien intenta afirmarse como figura con voz propia— marca una fractura política significativa. Villarruel tiene su propia base de poder, su ideología y sus lealtades. La disputa no es solo personal: es ideológica, institucional, y anticipa posibles crisis futuras. ¿Qué ocurrirá si el Senado empieza a marcar autonomía? ¿Qué sucederá si, ante una crisis, el poder real se desplaza hacia ella? Como en Hamlet, la lucha no es solo contra el enemigo externo, sino contra la sospecha que habita el mismo palacio.
Y no es la única batalla interna. Luis “Toto” Caputo, artífice del plan económico, empieza a ser blanco de críticas desde sectores libertarios que lo ven como demasiado “market friendly” y poco disruptivo. Algunos acusan que la motosierra se convirtió en tijera. Las expectativas sobre la dolarización se diluyen. A su vez, el protagonismo creciente de Karina Milei genera recelos: ¿quién gobierna realmente?, se preguntan muchos dentro y fuera del oficialismo. Como en la tragedia shakesperiana, los silencios entre los personajes dicen tanto como las palabras.
Del otro lado del escenario, la oposición ofrece un espectáculo no menos dramático. El PRO, partido que hace apenas unos años gobernaba la Nación, hoy atraviesa una lenta disolución. Mauricio Macri juega un ajedrez que pocos entienden, mientras Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich se distanciaron entre sí y de la base electoral. Bullrich, hoy ministra de Seguridad del propio Milei, encarna la contradicción de una figura que se presenta como opositora desde el oficialismo.
En el peronismo, la figura de Cristina Fernández de Kirchner ya no ocupa el centro del escenario, pero sigue siendo una sombra poderosa. Su condena judicial, ahora con prisión domiciliaria, marca el fin de una era y al mismo tiempo deja un vacío difícil de llenar. En ese contexto, Axel Kicillof aparece como la figura más sólida del peronismo institucional, sostenido por una provincia que gobierna con recursos propios, y por una estructura territorial que aún responde a La Cámpora. Sin embargo, el movimiento sigue buscando una nueva identidad. El kirchnerismo ya no entusiasma, pero tampoco aparece un recambio claro. El peronismo se debate entre la resistencia y la reinvención.
Y mientras los actores principales se enfrentan en este drama nacional, la ciudadanía observa, sufre y espera. En Hamlet, el pueblo es una fuerza silenciosa, manipulada por la corte, mencionada pero no escuchada. En Argentina, ocurre algo similar. La clase política discute cargos, internas y relatos, mientras millones de personas enfrentan cada día con incertidumbre, sin saber si van a poder pagar el alquiler, llenar el changuito o mantener el empleo.
La gran pregunta, entonces, no es solo qué política se está haciendo, sino para quién. ¿Quién es el destinatario real del ajuste? ¿Quién se beneficia con las reformas? ¿Quién paga el costo de esta tragedia?
Hamlet se pregunta si es más noble soportar el dolor o enfrentarlo. Milei eligió enfrentarlo, pero su método, basado en la confrontación constante, corre el riesgo de agotar a sus propios aliados y a la sociedad en su conjunto. En la obra de Shakespeare, el final es devastador: casi todos los personajes mueren, víctimas de sus traiciones, venganzas o indecisiones. Ojalá Argentina no repita ese destino.
Tal vez sea tiempo de dejar de actuar tragedias y comenzar a escribir una historia distinta. Una en la que el diálogo reemplace al insulto, la pluralidad a la sospecha, y la política vuelva a ser un espacio de construcción colectiva. Para eso, como diría el príncipe danés, “el resto es silencio”. Pero también puede ser esperanza.
Hernán Leonel